El Plan Nacional de Seguridad Pública y
Prevención de la Violencia y el Delito,
Seguridad para Todos, se articula en torno
a tres ideas centrales.
La primera de ellas es el
reconocimiento de los avances y aprendizajes
alcanzados en las últimas décadas. Se trata
de un plan inserto en un proceso acumulativo
en el que se valoran los aportes de gobiernos
anteriores y se enfatizan nuevos desafíos. La
segunda, consiste en reconocer que si bien la
política de seguridad tiene ejes articuladores
de carácter nacional, requiere de orientaciones
específicas a nivel regional, provincial y
municipal. Y la tercera, que aunque el sistema
de justicia criminal es un componente central
para la definición de una política de seguridad,
es necesario incluir otros órganos públicos, en
especial, a los gobiernos locales en la generación
de soluciones integrales y pertinentes.
El año 2004 se publicó la Política Nacional de
Seguridad Ciudadana, como resultado de los
consensos alcanzados por un grupo de expertos
convocado por el gobierno1. En ella destaca
la definición de los principales horizontes
estratégicos en materia de integración y
cohesión social, diseño urbano, gestión policial,
mejoramiento de los servicios públicos y la
creación de un sistema de información estadística
sobre la violencia, el delito y la inseguridad.
En base a este conjunto de dimensiones, la Estrategia
Nacional de Seguridad Pública 2006-2010
se distinguió por sentar las bases para la
creación del actual Ministerio de Interior y
Seguridad Pública, y establecer las principales
herramientas de medición de la violencia, el
delito y la inseguridad. Asimismo, implementó
una red de asistencia y apoyo a las víctimas de
delitos violentos.
El Plan Chile Seguro 2010-2014 se caracterizó por la creación
de la Subsecretaría de Prevención del Delito, su aporte a los
procesos de descentralización de información, la implementación
de nuevas tecnologías para la prevención del delito, y el
reforzamiento del sistema nacional de atención a víctimas
de delitos violentos.
A partir de estos avances, el Plan Nacional Seguridad para
Todos, reconoce que la seguridad es un derecho humano
fundamental para el ejercicio de otros derechos y un requisito
para el desarrollo humano y la paz social, en tanto refuerza
los niveles de confianza mutua indispensables para producir
cohesión y contribuir a mejorar la convivencia en comunidad.
Para garantizarlo, el Ejecutivo, por medio de sus distintos
niveles territoriales, desarrollará alianzas estratégicas con
las municipalidades. Estás permitirán la constitución de una
“gobernanza local de la seguridad”, con el objeto de aumentar
los niveles de coordinación y cooperación entre los organismos
públicos tanto de las agencias que conforman el sistema
de justicia criminal como de todos aquellos servicios que
contribuyen a resguardar la tranquilidad pública e integrar a las
comunidades en los procesos de priorización de los problemas
y, cuando sea pertinente, en su solución.
Desde el punto de vista comunitario, la seguridad es un proceso
de construcción colectivo cuya principal virtud es producir
control informal. Este bien común permite mantener vigentes
las nociones vinculadas al respeto de las reglas que nos rigen.
Los barrios con mayor control social informal suelen tener
entornos más cuidados, usos más consensuados y legitimados
de los espacios comunes, relaciones de mayor confianza con
los servicios públicos y con la justicia, mejores niveles de
integración y convivencia y, en general, ambientes donde
sus habitantes y usuarios suelen tener mejor calidad de vida.
Desde la mirada de los organismos públicos, resulta indispensable
satisfacer las necesidades de seguridad de la población.
Dado que éstas se originan en contextos particulares, el plan
busca generar soluciones locales mutuamente satisfactorias
y vinculantes4
, de forma tal que los actores que participan de
ellas puedan resolver sus necesidades de manera cooperativa
y corresponsable.
En tal sentido, se reconoce la heterogeneidad de los factores
vinculados a la violencia, el delito y la inseguridad.
Ello obliga
a definir las necesidades y demandas de seguridad de la
población de manera descentralizada y a diseñar propuestas
adaptadas a la diversidad de situaciones que las producen.
También reconoce que los entornos urbanos y sociales donde
se generan estos fenómenos son cada vez más dinámicos, lo
que obliga a actualizar permanentemente las respuestas.
Tomando en cuenta lo anterior, el Plan Nacional Seguridad
para Todos se construye sobre la base de cinco pilares que
reconocen la diversidad y el dinamismo de las necesidades y
demandas ciudadanas.
El primer pilar lo constituye la información utilizada para
apoyar los procesos de toma de decisiones a nivel regional,
provincial y comunal. En virtud de ello, uno de los objetivos
centrales de la política de Gobierno es que los servicios públicos
territoriales cuenten con datos confiables y oportunos que
les permitan adaptar sus respuestas a entornos cada vez más
dinámicos y cambiantes. En las unidades territoriales que
proveen directamente los servicios, la toma de decisiones
basada en información produce innovación.
El segundo pilar es la participación ciudadana en el diseño
y ejecución de las medidas y acciones de seguridad en los
distintos niveles de Gobierno. Una ciudadanía comprometida
con la seguridad permite no sólo identificar los problemas,
sino también la construcción de soluciones cooperativas. La
participación permite, además, concentrar las agencias estatales
en la satisfacción de las necesidades locales produciendo
adhesión ciudadana y propiciando un mejor control sobre sus
procesos de implementación.
El tercer pilar es la coordinación. Esta permite optimizar los
recursos y produce una mayor efectividad de las medidas
implementadas. La formulación de metas y objetivos compartidos
genera mayores niveles de cooperación interinstitucional,
incentivando la colaboración mutua en la solución de problemas.
El cuarto pilar del Plan Nacional es la focalización territorial.
Si bien las necesidades son múltiples y diversas, la evidencia
internacional indica que la focalización de las iniciativas
de política pública en lugares de alto impacto aumenta su
efectividad. Esto se traduce en la producción de respuestas
integrales en zonas que presentan características que favorecen
el desarrollo de conductas delictivas y/o condiciones para la
violencia y la inseguridad.
El quinto pilar del Plan Nacional Seguridad para Todos es
el fortalecimiento del liderazgo local, entendido como la
capacidad de los alcaldes y de los gestores locales de liderar
los procesos de formulación e implementación de la política de
seguridad y prevención. Para esto deben participar activamente
en la definición de prioridades, interactuando con el Gobierno
central, las policías y los servicios descentralizados del Estado
con el fin de lograr implementar un enfoque cooperativo frente
a las prioridades locales. En este sentido, uno de los objetivos
del Plan Seguridad para Todos es desarrollar capacidades a
nivel local y dejar instaladas las competencias necesarias para
reforzar un enfoque preventivo en materia de violencia y delito.
En este contexto, el Plan Nacional Seguridad para Todos
propone articular una oferta programática integral y adaptada
a las necesidades comunales, tomando en cuenta los factores
de riesgo que inciden en estos fenómenos; las capacidades
instaladas en los municipios para enfrentar estos problemas; la
población que concentran –tanto permanente como flotante–
y las tipologías de problemas delictuales que se producen en
cada territorio.